Antonio Caso Andrade
(19 de diciembre
de 1883 - 6 de marzo de 1946) fue un filósofo mexicano cristiano. Fue rector de
la entonces llamada Universidad Nacional de México de diciembre de 1921 a
agosto de 1923. Junto con José Vasconcelos, fundó el Ateneo de la Juventud,
grupo humanista opuesto a la filosofía positivista imperante en la época. La
generación del ateneo había roto con la filosofía de Augusto Comte y de Herbert
Spencer, acudiendo, entre otros, a Henri Bergson, Arthur Schopenhauer, y José
Enrique Rodó. Contra el racionalismo imperante, los ateneístas creían en un ser
humano moral, voluntarioso y espiritual. Caso era cristiano no denominacional,
por lo cual, su filosofía se vio influida por la creencia en la autoridad moral
y definitiva de Jesucristo y los Evangelios.
Obra filosófica
En 1906 participó en la fundación de la revista Savia
Moderna con los hermanos Pedro y Max Henríquez Ureña, Jesús T. Acevedo, Ricardo
Gómez Robelo, Roberto Argüelles Bringas, Rafael López, Carlos González Peña y
Manuel Bringas. En el verano de 1909, Caso presentó sus críticas al positivismo
en un ciclo de conferencias recogidas más tarde en la tercera edición de
Conferencias del Ateneo de la Juventud. Sin embargo, su obra más importante es
La existencia como economía, como desinterés y como caridad. Ensayo sobre la
esencia del cristianismo, inspirado en la tradición filosófica cristiana, en
particular en Pascal y Tolstoi.
En dicha obra, Caso distingue tres esferas de la
existencia humana: la económica, la estética o del desinterés y la moral o de
la caridad. Caso rechazaba la tesis de Gabino Barreda y del primer Justo Sierra
según la cual el porvenir de México debía construirse fundamentalmente sobre
las bases de una doctrina científica. En el ensayo “Catolicismo, Jacobinismo y
Positivismo”, incluido en el libro Discursos a la nación mexicana, Caso
profundiza su crítica a dos de las ideologías hegemónicas a finales del siglo
XIX: el jacobinismo (o liberalismo extremo) y el positivismo. A los partidarios
de la primera los acusa de ignorar la realidad, mientras que a los de la
segunda los culpa de someterse a la supuesta fatalidad de la realidad.
Antonio Caso es un pionero de la filosofía de lo mexicano
que desarrollarían más tarde Samuel Ramos, Leopoldo Zea y Octavio Paz, entre
otros. En su libro El problema de México y la ideología nacional, publicado en
1924, Caso argumenta que el problema más grave de México es su falta de unidad
(racial, cultural y social). Al final de su vida, Caso recibe la influencia de
las filosofías de Husserl, Scheler y Heidegger; en particular en sus obras La
filosofía de Husserl, El acto ideatorio, La persona humana y el estado
totalitario, El Pueblo del Sol y El peligro del hombre.
Fue director de la Escuela Nacional Preparatoria en 1909,
secretario de la Universidad Nacional en 1910, rector de la propia casa de
estudios (1920-1923) y director de la Facultad de Filosofía y Letras
(1930-1932). Defendió la autonomía universitaria y la libertad de cátedra. El 4
de enero de 1921 ingresó como miembro numerario de la Academia Mexicana de la
Lengua ocupando la silla III.4 En 1943 fue miembro fundador de El Colegio
Nacional.5 Las universidades de La Habana, Lima, Guatemala, Buenos Aires y Río
de Janeiro le otorgaron el título de doctor Honoris causa. Se le otorgó la
condecoración Caballero de la Legión de Honor en Francia, Gran Cruz de la Orden
del Sol en Perú y Cruz de la Orden al Mérito de primera clase en Chile entre
otras muchas.
Esperanza
La esperanza de este prestigioso filósofo mexicano se
basa en el potencial del ser humano.
Sólo la persona es capaz de construir valores y además de
existir en sí, existe para sí. Por oposición al individuo que se presenta en
una heterogeneidad, la persona es dueña de sí misma. Así lo expresa: “La
persona es un todo, la cosa, un agregado; la persona es activa y espontánea, la
cosa es pasiva y receptiva. La actividad de la persona es finalista; la de la
cosa, mecánica; la persona tiene dignidad y la cosa precio”
Aquí abro un paréntesis para enfatizar el aspecto
axiológico en el pensamiento de Caso. Leamos: “Si los valores se incorporaran a
la persona y ahí se organizan, la axiología no puede tener otra finalidad que
la fijada por Aristóteles: la realización de la persona humana” .Aquí Caso
enfatiza la tarea de toda clase de valores: la orientación humanística del
hombre, es decir, los valores vendrían a ser pautas o patrones de
comportamiento dentro de cualquier relación social; ya sea en la familia o en
lo académico, en el trabajo, en la política etc. Por tanto, en la cita anterior
se vislumbra en la filosofía de Caso una interrelación de la axiología con la
ética y al mismo tiempo con la sociología, puesto que la inclinación a ciertos
valores implica una elección, una toma de decisiones que surgen dentro de un
campo moral, y al mismo tiempo se dan dentro de un plano de relaciones
sociales, interculturales en los cuales el hombre se mueve con libertad plena.
Aunque Caso preocupado por lo que acontecía en el México de su época, no
obstante nos legó su postura en el aprecio del amor por la libertad; porque si
amamos nuestra libertad, por otra parte tenemos que soportar un mundo (el mundo
del presente) sin ideales, ni valores comunes, una sociedad de masas pobladas
de solitarios que ya no conocen el amor; sospechamos, a menudo sin saberlo, la
pérdida de nuestra identidad. En otras palabras, se ha olvidado que el hombre
es el punto de partida y de llegada de las relaciones humanas.
Entonces se puede deducir que la persona humana es a la
vez individual y social en rica síntesis imprevisible que va apuntando la
marcha de la especie y ordenándola a la consecución de su fin. Y aquí vemos la
correspondencia que existe nuevamente entre Caso y Scheler en el aspecto de que
Caso había querido ver en el hombre una personalidad; estaba convencido con
Scheler, de que nada supera ontológica ni axiológicamente a la persona. “Ser
personal –escribió– es asumir la suprema manifestación de lo real. La
naturaleza tiene un fin: la persona; la cultura sólo puede concebirse como obra
de personas”
Por consiguiente, toda persona lo es en cuanto que
precisamente es ella misma y no los demás, y la personalidad es una esencia sui
generis, que consiste en este modo de ser singular en cada sujeto, único en su
ser. Asimismo Caso en este punto de la personalidad nos sitúa nuevamente en el
mundo axiológico o mundo de los valores al afirmar: “lo propio del hombre es
realizar sucesivamente su esencia, y la esencia de nuestra estirpe es la
personalidad creadora de los valores”
Esto significa que la creación de valores nos conduce a
la creación de la segunda naturaleza por parte del hombre. Es decir, la primera
naturaleza es la naturaleza física de la cual el hombre se vale para poder
subsistir biológicamente. Y la segunda es la que crea el hombre a través de los
valores eminentemente humanos, es decir, la cultura. Leamos: “La obra constante
del hombre es la cultura. La cultura implica la síntesis de los valores, los
valores son relaciones constantes que se reflejan en el pensamiento y en la
acción; pero no se puede, jamás, posponer el valor”
Ahora bien, si los valores se incorporan a la persona y
ahí se organizan, la axiología no tiene otro fin más que el de la realización
de la persona humana. La axiología ha de investigar el modo de concordar todos
los bienes de la vida para realizar al hombre en toda su naturaleza, para
perfeccionarla.
Caso reconoció que la realización de la persona humana,
aun cuando sea de consecución individual, es obra colectiva, es decir no sería
posible sin la colectividad. Por eso también definió al hombre como “una
potencialidad”, “un boceto perfectible en un mundo en desarrollo”
Concebido el hombre como potencialidad, Caso se propuso
saber en qué sentido habría de actualizarse, y sobre qué escala de valores se
realizaría. Y después de observar que los hombres no siempre han preferido los
mismos valores llegó a la conclusión de que los hombres del mundo contemporáneo
–a diferencia de los hombres del mundo antiguo quienes estimaron como primer
valor la perfección y la salud del cuerpo y los hombres de la Edad Media
quienes se preocuparon más por la santidad– estiman más la justicia sobre la utilidad.
Sin embargo, no es a través de un solo valor, sino de todos los valores,
debidamente jerarquizados, como habrá de realizarse el hombre cabal.
Michel Eyquem de Montaigne
(Castillo de Montaigne, Saint-Michel-de-Montaigne, cerca
de Burdeos, 28 de febrero de 1533 - ibíd., 13 de septiembre de 1592) fue un
filósofo, escritor, humanista, moralista y político francés del Renacimiento,
autor de los Ensayos, y creador del género literario conocido en la Edad
Moderna como ensayo.
Biografía
Montaigne nació cerca de Burdeos, en un château propiedad
de su familia paterna, el 28 de febrero de 1533. Su familia materna, de
ascendencia judía portuguesa, provenía de judeoconversos aragoneses, los López
de Villanueva, documentados en la judería de Calatayud, tres de los cuales
fueron quemados por la Inquisición, incluido su bisabuelo Pablo López en 1491.
La familia paterna de Michel (los Eyquem) gozaba de una buena posición social y
económica y él estudió en el prestigioso Collège de Guyenne de Burdeos.
Infancia
Recibió de su padre, Pierre Eyquem, alcalde de Burdeos,
una educación a la vez liberal y humanista: recién nacido fue enviado a vivir
con los campesinos de una de las aldeas de su propiedad para que conociera la
pobreza. A los pocos años de vida, de vuelta en su castillo, le despertaban
siempre con música, y para que aprendiese latín, su padre contrató un tutor
alemán que no hablaba francés y prohibió que los empleados se dirigieran al
niño en francés; así, no tuvo contacto con esta lengua durante sus primeros
ocho años de vida. El latín fue su lengua materna; luego se le enseñó griego y
después que lo dominó por completo comenzó a escuchar francés.
Fue un crítico agudo de la cultura, la ciencia y la
religión de su época, hasta el punto de que llegó a considerar la propia idea
de certeza como algo innecesario. Su influjo fue colosal en la literatura
francesa, occidental y mundial, como creador del género conocido como ensayo.
Fe
Los ensayos de Montaigne se relacionan con alusiones al
valor relativo de nuestras ideas, hasta el punto de mostrar manifiestas
reservas acerca del derecho que tenemos a reivindicarlas indiscutiblemente como
propiamente «nuestras». La mirada crítica hacia la filosofía y la ciencia
oficiales no abandona al autor en ningún momento de su obra. En particular, la
«Apologie a Raimond Sebond», el texto más extenso en el conjunto de ensayos
(«un si long corps contra ma coustume»), y que por su formalidad presenta una
cierta discontinuidad con el resto, suele interpretarse como el testimonio más
concluyente de su incontestable «escepticismo y fe animal», por decirlo al modo
de George Santayana. El argumento central del texto montaniano destila, en
efecto, descreimiento general y un elogio de la duda y la precaución frente a
las disertaciones que hablan en nombre de la Verdad. ( copiado de nodulo.org)
No piensa demasiado en la verdad.
Lo útil y valioso para el hombre no es el tener razón por
encima de todo, ni el afirmarse en una fe que en lugar de aliviar el mal lo
provoca.
Si aspirar a la razón, a tener razón, significa tomar
partido, Montaigne se mantiene al margen. Si defender la fe católica conduce a
la matanza de «infieles», y si aliarse con la reforma significa dejarse invadir
por la cólera y al delirio, entonces Montaigne no afirma ni niega.
Caridad
No olvidemos que tenemos por naturaleza un grandioso y
magnifico tesoro en el mundo, el mas importante con el que dios nos ilumino
para elegir entre el bien y el mal, pero los humanos abusamos de este don; el
"libre albedrio"..... retomemos entonces su divinidad para el bien
hacia los demas y solo asi tendremos la posibilidad de ser mejores personas en
la vida.
Diferencia entre fe, esperanza y caridad
La relación entre fe, esperanza y caridad, es muy íntima;
son muy parecidos los conceptos y están muy relacionados aunque, no es lo
mismo.
Fe: es la creencia en lo que no se ve.
Esperanza: es el ánimo con el que el ser aguarda, espera,
lo que anhela, necesita, desea, pide a Dios, justamente, con fe, confianza y,
"esperanza".
Caridad: es el amor con que el ser, responde hacia todos
los hermanos, sobre todo, a los más necesitados.
Es tu alma la que busca y tiene fe; es tu alma la que
tiene esperanzas, confianza en Dios; es tu corazón el que tiene un nuevo amor,
renovado con la fuerza de la caridad de tu alma; amor que da ánimo y esperanza
a tu vida...vida de mujer amante y enamorada del amor; vida cual poema y sueños
de pasión; vida de nuevos aires, de nuevas letras..de un nuevo amor.
øren Aabye Kierkegaard
Fue un prolífico
filósofo y teólogo danés del siglo XIX. Se le considera el padre del
Existencialismo, por hacer filosofía de la condición de la existencia humana,
por centrar su filosofía en el individuo y la subjetividad, en la libertad y la
responsabilidad, en la desesperación y la angustia, temas que retomarían Martin
Heidegger y otros filósofos de siglo XX. Criticó con dureza el hegelianismo de
su época y lo que él llamó formalidades vacías de la Iglesia danesa.
Gran parte de su obra trata de cuestiones religiosas: la
naturaleza de la fe cristiana, la institución de la Iglesia, la ética cristiana
y las emociones y sentimientos que experimentan los individuos al enfrentarse a
las elecciones que plantea la vida. En una primera etapa escribió bajo varios
seudónimos con los que presentaba los puntos de vista de estos mediante un
complejo diálogo. Acostumbró a dejar al lector la tarea de descubrir el
significado de sus escritos porque, según sus palabras, «la tarea debe hacerse
difícil, pues sólo la dificultad inspira a los nobles de corazón».
Ha sido catalogado como existencialista, neoortodoxo,
posmodernista, humanista e individualista, entre otras cosas.3 Sobrepasando los
límites de la filosofía, la teología, la psicología y la literatura,
Kierkegaard es considerado una importante e influyente figura del pensamiento
contemporáneo.
Pensamiento
«Recibí una impresión memorable de la aparición de
Kierkegaard, la cual encontré casi cómica. Él tenía entonces veintitrés años;
había algo bastante irregular en su aspecto general y tenía un extraño peinado.
Su pelo rubio se alzaba casi seis pulgadas por encima de su frente, en una
cresta alborotada que le daba una imagen desconcertante». — Hans Brøchner
recordando la impresión causada por Søren Kierkegaard en la boda de Peter
Kierkegaard en 1836.19 Imagen: Søren Kierkegaard en el coffee-house, dibujo al
óleo de Christian Olavius, 1843
Kierkegaard ha sido considerado filósofo, teólogo,20
padre del existencialismo, crítico literario,16 humorista,21 psicólogo22 y
poeta.23 Dos de sus ideas más conocidas son la «subjetividad»24 y el «salto de
fe».25 El salto de fe es su concepción de cómo un individuo cree en Dios, o
cómo una persona actúa en el amor. No es una decisión racional, ya que
trasciende la racionalidad en favor de algo más extraordinario: la fe. Además
consideraba que tener fe era al mismo tiempo tener dudas. Así, por ejemplo,
para tener verdadera fe en Dios, uno también tendría que dudar de su
existencia; la duda es la parte racional del pensamiento de la persona, sin
ella la fe no tendría una sustancia real. La duda es un elemento esencial de la
fe, un fundamento. Dicho de otro modo, creer o tener fe en que Dios existe sin
haber dudado nunca de tal existencia no sería una fe que mereciera la pena
tener. Por ejemplo, no requiere fe el creer que un lápiz o una mesa existen,
puesto que uno los puede ver y tocar. Del mismo modo, creer o tener fe en Dios
es saber que no hay un acceso perceptual ni de ningún otro tipo a él, y aun así
tener fe.
Kierkegaard también resaltó la importancia del yo, así
como la relación entre el yo y el mundo, fundamentado en la reflexión y la
introspección del yo. Argumentó en Apostilla conclusiva no científica a las
«Migajas filosóficas» que «subjetividad es verdad» y «verdad es subjetividad».
Esto tiene que ver con la distinción entre lo que es objetivamente cierto y la
relación subjetiva de un individuo (como la indiferencia o el compromiso) con
esa verdad. La gente que en algún sentido cree las mismas cosas, puede tener
relaciones bastante distintas con esas creencias. Dos individuos pueden creer
que hay mucha gente pobre que necesita ayuda, pero puede que este conocimiento
sólo lleve a uno de ellos a ayudar a los pobres.
En cualquier caso, Kierkegaard discute principalmente la
subjetividad en relación con los asuntos religiosos. Como ya se ha mencionado,
argumenta que la duda es un elemento de la fe y que es imposible conseguir
ninguna certeza objetiva acerca de doctrinas religiosas tales como la
existencia de Dios o la vida de Jesucristo. Lo máximo que uno puede esperar
sería la conclusión de que es probable que las doctrinas religiosas sean
ciertas, pero si una persona creyera estas doctrinas sólo en el grado en que es
probable que sean ciertas, él o ella en absoluto sería verdaderamente
religioso. La fe consiste en la relación subjetiva de total compromiso con
tales doctrinas.
Angustia
Hay una serie de cuestiones, las relacionadas con la
problemática religiosa, que al aparecer en las filosofías ejercen perturbadora
influencia. Y se desvirtúan, incluso a sí mismas. A comienzos del siglo XIX,
los sistemas de filosofía estaban demasiado orientados hacia un sentido de
enciclopedia y totalidad para dejar al margen sector alguno de cuestiones. Así
se renovó la tradicional vena teológica bajo el nombre de Filosofía de la
religión. Pero hay unos seres particularmente dotados para inquirir el hondo
sentido real de esos problemas, que logran situarse en su misma presencia, y
descubren fácilmente la radical falsificación que los filósofos realizan en
ellos. Las primeras críticas que se hicieron a los sistemas imperiales de un
Hegel, de un Schelling, afectando, repetimos, a sus especulaciones religiosas,
surgieron al amparo de unos extraños seres, medio teólogos, medio dialécticos,
medio hombres-torturados. Por ejemplo, Schleiermacher. Por ejemplo,
Kierkegaard. Sus críticas a la validez general de la filosofía son ingenuas e
invaliosas. Pero, en cambio, exponen de modo magistral e insuperable, porque
están centrados en esos objetos, que sienten cerca de sí, las investigaciones
que requieren la inmediata experiencia de una conexión real, a pesar de yacer
en los extractos más profundos de la persona. Todo contribuye en esta clase de
pensadores a reafirmar su proyección íntegra hacia los objetos que les
interesan de modo exclusivo. Kierkegaard es, como filósofo, el hombre que no
encuentra con categoría de realidad, sino la vibración íntima de su yo al
hallazgo de unas cuestiones que le son tradicionalmente dadas. Como ese
hallazgo se verifica en lo hondo de la subjetividad, allí coloca –reside para
él– la realidad absoluta. No se trata, pues, en Kierkegaard de la simple cosa
de Berkeley, de que la subjetividad sea lo real. No. En Berkeley ello se
orientaba a la teoría del conocimiento, y aquí tiene, por el contrario, el
sentido de denunciar la existencia en el sujeto de una realidad absoluta, en conexión
con los problemas eternos que plantea la vida religiosa. El pensador danés
alcanza suma grandeza en medio de su afán de someter a nueva concepción algunas
derivaciones primitivas. Esto iba a ser de gravedad enorme, porque bordearía de
continuo el cauce petrificado e inconmovible de los dogmas. Es curioso, y
terrible a la vez, que hombres como Kierkegaard, dotados mejor que nadie para
capturar hasta donde sea posible la clara luminosidad de las verdades
religiosas, vivan en pugna con las instituciones eclesiásticas y encuentren en
estos choques con las atmósferas lógicamente propicias su mayor irritación
frente al mundo.
Se publica ahora en español un libro de Kierkegaard sobre
la angustia. Y hace varios meses, en la colección «Los filósofos», un buen libro
sobre Kierkegaard. Hay ya, pues, en España medios fáciles de acercarse a este
grande y profundísimo debatidor de cumbres. O de abismos. El hecho de que por
su influjo en Unamuno haya sido presentido antes de hoy por el lector medio,
favorecerá, sin duda, la curiosidad actual de acercarse con intrepidez a sus
cercanías. El concepto de la angustia es un ensayo finísimo, quizá donde
aparecen más completas las dotes gigantes de Kierkegaard. Pues no es posible
contribuir con más esfuerzo dialéctico que el que aquí se utiliza a exponer con
claridad intelectual un problema. Al par que esto, Kierkegaard persigue y logra
hacer que la cuestión debatida permanezca en la altura jerárquica que le es
propia, sin descender y desnaturalizarse en aspectos de rango inferior. Únase
también la capacidad poética desplegada, tan frecuente y rica en Kierkegaard,
que eleva el libro a primor literario. Se aporta aquí asimismo una valiosísima
investigación sobre el hecho psíquico de la angustia, que es hoy de interés
precioso. Pues esta angustia que Kierkegaard delimita y analiza, es ese mismo
concepto a que Heidegger refiere con frecuencia sus afanes metafísicos. Así,
este trabajo magnífico del solitario danés significa también una actualidad en
la filosofía que hoy se hace. Es, por tanto, un libro en la orden del día, con
casi categoría de imprescindible. No importa que Kierkegaard oriente su
investigación sobre la angustia hacia el complejo problema dogmático del
pecado, pues el hecho valioso es que nos presenta la angustia metafísica en su
vibración vital, y contribuye así a que tengamos un saber de ella, una
exploración de ella, en estos momentos, repetimos, de interés inigualado. Qué
sea la angustia; en qué se diferencia de otras manifestaciones como el miedo,
el temor; por qué se origina y cuál es su sentido en la aventura vital, &c.
Es uno de los libros más sugestivos, en definitiva, que hoy pueden reimprimirse
de este gran nórdico.